Más organoides cerebrales…

Hoy me he levantado con una nueva noticia relativa a los organoides cerebrales (recordatorio: son pequeños nódulos de neuronas, clonados en masa y utilizados para estudios clínicos en batería, para analizar el efecto de diferentes fármacos o sus concentraciones o dosis).

Nada menos que en La Vanguardia, el artículo habla por fin de lo que ya comenté hace unas semanas en otra entrada sobre ordenadores orgánicos: La posibilidad de que esos organoides, a partir de cierto tamaño, tuviesen algo parecido a la consciencia. De hecho, los ordenadores cerebrales que cito en ese otro post incluyen una cantidad mayor de neuronas, lo que debería aumentar las posibilidades de que eso suceda.

Hoy, el estudio presentado en La Vanguardia habla del uso «oficial» de estos organoides, que responden a estímulos eléctricos, y que se usan, en este caso, para el estudio de las enfermedades neurodegenerativas, sin necesidad de trabajar con cerebros «de verdad». De verdad, me encantaría que se pudiese acelerar la investigación del Parkinson, el Alzheimer y otras enfermedades causadas por el envejecimiento (y el entorno, la forma de vida…).

Pero el mismo artículo incide en un punto aterrador que he ido plasmando en algunos de mis textos (sobre todo, en mi segunda y tercera novela). El principal problema es el origen de las células iniciales utilizadas para esta clonación masiva. Si estas células provienen de un paciente que tiene una predisposición genética para estas enfermedades, ¿se le está quitando parte de su consciencia, alma, espíritu… como quieras llamarlo?

Por no hablar de si el donante ha fallecido. Las células se pueden mantener vivas durante un tiempo. ¿Sigue «viva» esa persona? Y, si es así, mantener cientos, miles de estos organoides, ¿no sería una nueva forma de esclavitud, de la que es imposible escapar?

El artículo de La Vanguardia indica que el investigador a cargo del estudio es consciente de las posibles implicaciones de sus actividades. Resume todo en la afirmación de que «no quieren crear algo que pueda sufrir». Pero, con esa cantidad de neuronas (típicamente, alrededor de las cincuenta mil, un nódulo del tamaño de un grano de arroz), ¿cómo podemos saber si el organoide «siente algo»?


Este tema (junto con otros, también fascinantes) es uno de los hilos conductores de mis novelas. ¿Dónde comienza – o termina – la humanidad en una persona? ¿Realmente la consciencia reside en el cerebro, o hay otros órganos implicados?

Desde aquí, te invito a leer mi Saga Ciborg, cuya finalización (con la sexta novela de trama independiente) está planificada para el verano de 2026…

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