Anacronismos…

Todos los escritores de ciencia ficción que fijamos nuestras tramas en un futuro relativamente cercano tenemos un riesgo razonable de equivocarnos en las tecnologías que se usarán en ese futuro, ya sea porque no se llegan a inventar a tiempo, o porque estas han quedado obsoletas o abandonadas por la mayoría de la población.

En otros casos, como el ejemplo del cartel publicitario de Atari en la película «Blade Runner», se trató de una empresa que quebró (aunque la marca se ha recuperado, y están sacando productos tecnológicos, lejos ya de aquellas primeras consolas de juegos).

Pues bien, mis libros no iban a ser una excepción y ya acumulo unas cuantas curiosidades en forma de anacronismo que no he querido eliminar o modificar, para no cambiar el fondo de las mismas. Aquí tienes algunas de ellas:

  • Como sabrás, mi primera novela «Resurrección» surgió de ciertas noticias sobre un potencial trasplante de cabeza aparecidas alrededor de 2016. En el momento de su escritura, en 2017, y con la trama principal alrededor de 2030, me pareció correcto hablar de un «escándalo Richards«, en el que un ricachón intentaría conseguir un cuerpo joven en torno a 2019. Obviamente, eso no sucedió. De hecho, el neurocirujano que iba a intentar la operación desapareció de los medios de información durante muchos años.
  • En esa primera novela también hablo de vehículos eléctricos autónomos que se cargan automáticamente por un sistema de inducción, sin necesidad de que un ser humano (o un robot…) enchufe un pesado cable. Es algo que tiene sentido, y que estoy seguro (por mi trabajo «de verdad» que lo veremos en pocos años. Pero en mi novela de 2017 hablaba de un empresa que se dedicaba a investigar en esos sistemas de carga sin cables, «Qualcomm Halo», que cerró en 2019. Por eso las revisiones posteriores nombran a su competidora, WiTricity, que sigue al pie del cañón.
  • También hablé de los primeros ordenadores cuánticos, con la información de la que disponía en 2017. En ese momento, los primeros «qbits» (leído «cúbits») eran algo casi teórico, en laboratorios. En mi novela, la Inteligencia Artificial del laboratorio principal de la trama utilizaba 47 qbits (y no me preguntes de dónde saqué esa cifra). Pensar en coordinar varios de estos parecía una tarea imposible. Hoy (2024) algunas empresas como IBM ya pueden manejar varios cientos de qbits, y las noticias más recientes sobre escalabilidad de estos sistemas son mucho más optimistas, indicando que se podrán manejar miles de ellos (incluyendo una corrección avanzada de los errores) mucho antes de 2030.

Mi segunda novela («Revolución«) sucede diez años después de la primera, alrededor de 2040. Por tanto, todavía queda tiempo para que se sucedan nuevos avances tecnológicos que dejen a mis novelas como algo naïve. Pero, tal y como he comentado, me ha hecho gracia dejarlas así, para darles ese tono irreal o vintage que tanto disfruto en algunos clásicos de la ciencia ficción.

Y todavía hay algunas tecnologías que propongo en mi primera novela que podrían no llegar a tiempo: Coches voladores, lentillas inteligentes… ¿Qué te parece?

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